Desobediencia y lujuria sobrehumana, irrespeto creativo a la
autoridad.
Las naciones y los gobernantes son polvo ante mí, yo soplo y desaparecen. Las culturas y las civilizaciones no son nada ante mi eternidad. Son un suspiro en medio de los milenios.
- Liber Zión, Baphomet
No es una fiesta para adolescentes pequeño burgueses ni para que las tiendas coloquen calabazas huecas de esculpido “semblante grotesco” en sus anaqueles. El anaranjado y el negro nunca fueron colores consignados a la Publicidad del Deseo Reprimido (siempre se conservaron, respectivamente, como el equilibrio del espíritu y el eterno silencio de la conciencia). Ni fantasmas cubiertos de tela ni brujas chillonas ni personajes de terror mediático deambulando en las calles como pequeñas propiedades privadas del patriarcado trabajador. Ni encantos de marketing ni cenas hipócritas ni condenaciones de pecado culpa sexualidad acallada, sino vástagos de locura, verdaderas hechiceras de la Era de Zión, danzantes nudistas, patafísicos borrachos, chicanos ateos, anarcofuturistas hiperbóreos, derviches, mercenarios espirituales paganos, sindicalistas homosexuales, profetas del CronoApocalipsis, actrices autopornogestionarias, malabaristas de la secta Émile Armand, prestidigitadores postnietzscheanos, ladrones dandis espasmódicos. Una genuina hueste de la pasión desatada.
Halloween era para los antiguos celtas la noche, la última noche del año, en que el Señor de la Muerte expulsaba dondequiera sus ánimas perversas, motivo por el cual el pueblo se organizaba en pequeñas hordas para ahuyentarlos. Salían los pobladores con máscaras temibles, antorchas, trajes excéntricos, botellas de vino y un par de bolsas de castañas, dispuestos a combatir con todas sus fuerzas a esos sucios demonios.
Un campamento de cinco personas por cada casa en una aldea con casi cien, era una muestra de qué tan masivo podía ser este acto. Más aún, tal como apunta Edgar Plank en su Mythapology, “el Halloween de los celtas era una batalla espiritual brutal, sin tregua. La gente hacía brigadas alrededor de las viviendas. Acampaban en el bosque y, en medio de las frondas, encendían fogatas e iniciaban los rituales”.
Según Plank, la ceremonia céltica de Halloween consistía en tres fases, dentro de cada brigada: primero, el monje druida iba a cazar un animal sagrado bajo la densidad de la bruma, la grandeza de la luna y el abrigo del follaje; segundo, un bardo quedaba encargado de proveer de vino y frutas a los combatientes, mientras los hacía danzar entonando melodías contra la muerte; y por último, el monje llegaba con un ave o ciervo acuchillado que, tras el baile, era ofrendado a la estrella del presagio.
La danza, por su parte, trataba de una redención interior a través de la liberación de los sentidos. Los integrantes se quitaban sus prendas de vestir. Alrededor de los fulgores de la fogata, comenzaban a tocarse sus pieles, a proferir tiernos rumores y a rozarse y besarse hasta penetrarse y acabarse unos a otros. Orgías inverosímiles, extravagantes. Contorciones convulsivas, gritos, mordiscos, felaciones, desgarros, llantos. Al finalizar el desenfreno, luego de un orgasmo colectivo, el bardo recolectaba el Sacramento (semen) y lo colocaba en las vísceras del animal, prisma orgánico a través del cual se vislumbraban los códigos del porvenir. No estamos hablando de visigodos ni de vándalos, sino de verdaderos hechiceros.
Halloween como plan revolucionario
Dios es un orgasmo continuo.
- Alejandro Jodorowsky
Mientras Marx, Bakunin o cualquier otro tonto barbudo te decía que debían cumplirse ciertos requisitos revolucionarios, pasos como la concienciación de las masas populares o la ascensión del proletariado al aparato estatal para “vivir plenamente” en algún momento, pero nunca mientras tú vivas, nosotros te decimos:
Maldiciones celtas por doquier. Pandilleros poético-terroristas del Maître à Pécher cyberpunk neoyorquino adiestrados para robar bancos enteramente desnudos (después no hacen nada mercantil con el dinero, sólo colocan en todos y cada uno de los millones de billetes robados un sellito con una carita feliz circunscrita por la frase “Disuelvan el Estado o matamos al presidente”; finalmente hacen un simple lavado de dinero cuyo resultado moviliza todos los cuerpos de seguridad a la idea de que se está fraguando un magnicidio, situación propicia para cometer un verdadero acto vandálico, un acto incluso más complejo, más escandaloso y aterrador que la muerte de un simple funcionario público), niños salvajes atómico-existenciales con máscaras antigases cagando en medio de la calle en signo de protesta por la muerte de Amala y Kamala y limpiándose el culo con el Bardo-Thödol, el Tao-Te Ching, los Tipitaka, la Biblia (cristiana, hebrea y demás), la Epopeya de Gilgemesh, el Corán, la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Avesta, el Engishiki, las Doce Angas, Dios y el Estado, la Torah, el Popol Vuh, la Constitución de este país, los Cuarto Libros, el Bhagavad Gita, la colección completa del Veda, los Upanisads, las 95 Tesis luteranas, el Gurú Granth Sahib y toda esa metafísica aburrida y castrada, incluyendo los opúsculos de autoayuda de moda, todas las leyes vigentes y la bandera nacional (Nota: los niños salvajes son cuadrúpedos, telépatas, buenos lanzadores de granadas y sobre todo de ímpetu lúdico; prefieren las cerbatanas más que cualquier otra arma y especialmente no sienten miedo ni dolor pues nada ni nadie ha legislado sus corazones), desertores de la familia nuclear, mercenarios anabaptistas con antorchas dispuestos a quemar vivo al Cardenal y al clérigo entero, falansterios, practicantes clandestinos de Atemi Tong (técnica oriental de combate bastante sutil, capaz de mutilarte o matarte con apenas tocarte levemente partes vitales del cuerpo), insurrecionalistas sensoriales danzando batuque brasilero en la casa presidencial -patadas veloces estrellándose con etéreas cortinas de opio, al ritmo del birimbao-, sanguinarios rojinegros como una explosión de ébanos y rosas, una manada real de visceralistas delincuentes. Corre. Sabotea. Planifica con compañeros de vida la creación de túneles a varios metros del suelo para la movilización de armas y juegos pirotécnicos; reparte la Maldición contra el cristianismo de F. Nietzsche en las puertas de las iglesias, y nunca dudes en arruinar todo acto socialcristiano (si bien lo más sensato sería asesinar al vicario clavándole una pluma de paloma negra en la yugular de la conciencia).
Ningún derecho/ningún deber.
Y, por favor, en esta ocasión no vayas desnudo como un signo. Más bien, ve desnudo como si te hubiesen invitado a un Hadaka Matsuri de asesinos japoneses radicados ilegalmente en Holanda (Deus maria fecit, batavous terrae et moi le vin “Dios creó los mares, el holandés las tierras y yo el vino francés”).
Mañana yo invito la iluminación.
Las naciones y los gobernantes son polvo ante mí, yo soplo y desaparecen. Las culturas y las civilizaciones no son nada ante mi eternidad. Son un suspiro en medio de los milenios.
- Liber Zión, Baphomet
No es una fiesta para adolescentes pequeño burgueses ni para que las tiendas coloquen calabazas huecas de esculpido “semblante grotesco” en sus anaqueles. El anaranjado y el negro nunca fueron colores consignados a la Publicidad del Deseo Reprimido (siempre se conservaron, respectivamente, como el equilibrio del espíritu y el eterno silencio de la conciencia). Ni fantasmas cubiertos de tela ni brujas chillonas ni personajes de terror mediático deambulando en las calles como pequeñas propiedades privadas del patriarcado trabajador. Ni encantos de marketing ni cenas hipócritas ni condenaciones de pecado culpa sexualidad acallada, sino vástagos de locura, verdaderas hechiceras de la Era de Zión, danzantes nudistas, patafísicos borrachos, chicanos ateos, anarcofuturistas hiperbóreos, derviches, mercenarios espirituales paganos, sindicalistas homosexuales, profetas del CronoApocalipsis, actrices autopornogestionarias, malabaristas de la secta Émile Armand, prestidigitadores postnietzscheanos, ladrones dandis espasmódicos. Una genuina hueste de la pasión desatada.
Halloween era para los antiguos celtas la noche, la última noche del año, en que el Señor de la Muerte expulsaba dondequiera sus ánimas perversas, motivo por el cual el pueblo se organizaba en pequeñas hordas para ahuyentarlos. Salían los pobladores con máscaras temibles, antorchas, trajes excéntricos, botellas de vino y un par de bolsas de castañas, dispuestos a combatir con todas sus fuerzas a esos sucios demonios.
Un campamento de cinco personas por cada casa en una aldea con casi cien, era una muestra de qué tan masivo podía ser este acto. Más aún, tal como apunta Edgar Plank en su Mythapology, “el Halloween de los celtas era una batalla espiritual brutal, sin tregua. La gente hacía brigadas alrededor de las viviendas. Acampaban en el bosque y, en medio de las frondas, encendían fogatas e iniciaban los rituales”.
Según Plank, la ceremonia céltica de Halloween consistía en tres fases, dentro de cada brigada: primero, el monje druida iba a cazar un animal sagrado bajo la densidad de la bruma, la grandeza de la luna y el abrigo del follaje; segundo, un bardo quedaba encargado de proveer de vino y frutas a los combatientes, mientras los hacía danzar entonando melodías contra la muerte; y por último, el monje llegaba con un ave o ciervo acuchillado que, tras el baile, era ofrendado a la estrella del presagio.
La danza, por su parte, trataba de una redención interior a través de la liberación de los sentidos. Los integrantes se quitaban sus prendas de vestir. Alrededor de los fulgores de la fogata, comenzaban a tocarse sus pieles, a proferir tiernos rumores y a rozarse y besarse hasta penetrarse y acabarse unos a otros. Orgías inverosímiles, extravagantes. Contorciones convulsivas, gritos, mordiscos, felaciones, desgarros, llantos. Al finalizar el desenfreno, luego de un orgasmo colectivo, el bardo recolectaba el Sacramento (semen) y lo colocaba en las vísceras del animal, prisma orgánico a través del cual se vislumbraban los códigos del porvenir. No estamos hablando de visigodos ni de vándalos, sino de verdaderos hechiceros.
Halloween como plan revolucionario
Dios es un orgasmo continuo.
- Alejandro Jodorowsky
Mientras Marx, Bakunin o cualquier otro tonto barbudo te decía que debían cumplirse ciertos requisitos revolucionarios, pasos como la concienciación de las masas populares o la ascensión del proletariado al aparato estatal para “vivir plenamente” en algún momento, pero nunca mientras tú vivas, nosotros te decimos:
Maldiciones celtas por doquier. Pandilleros poético-terroristas del Maître à Pécher cyberpunk neoyorquino adiestrados para robar bancos enteramente desnudos (después no hacen nada mercantil con el dinero, sólo colocan en todos y cada uno de los millones de billetes robados un sellito con una carita feliz circunscrita por la frase “Disuelvan el Estado o matamos al presidente”; finalmente hacen un simple lavado de dinero cuyo resultado moviliza todos los cuerpos de seguridad a la idea de que se está fraguando un magnicidio, situación propicia para cometer un verdadero acto vandálico, un acto incluso más complejo, más escandaloso y aterrador que la muerte de un simple funcionario público), niños salvajes atómico-existenciales con máscaras antigases cagando en medio de la calle en signo de protesta por la muerte de Amala y Kamala y limpiándose el culo con el Bardo-Thödol, el Tao-Te Ching, los Tipitaka, la Biblia (cristiana, hebrea y demás), la Epopeya de Gilgemesh, el Corán, la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Avesta, el Engishiki, las Doce Angas, Dios y el Estado, la Torah, el Popol Vuh, la Constitución de este país, los Cuarto Libros, el Bhagavad Gita, la colección completa del Veda, los Upanisads, las 95 Tesis luteranas, el Gurú Granth Sahib y toda esa metafísica aburrida y castrada, incluyendo los opúsculos de autoayuda de moda, todas las leyes vigentes y la bandera nacional (Nota: los niños salvajes son cuadrúpedos, telépatas, buenos lanzadores de granadas y sobre todo de ímpetu lúdico; prefieren las cerbatanas más que cualquier otra arma y especialmente no sienten miedo ni dolor pues nada ni nadie ha legislado sus corazones), desertores de la familia nuclear, mercenarios anabaptistas con antorchas dispuestos a quemar vivo al Cardenal y al clérigo entero, falansterios, practicantes clandestinos de Atemi Tong (técnica oriental de combate bastante sutil, capaz de mutilarte o matarte con apenas tocarte levemente partes vitales del cuerpo), insurrecionalistas sensoriales danzando batuque brasilero en la casa presidencial -patadas veloces estrellándose con etéreas cortinas de opio, al ritmo del birimbao-, sanguinarios rojinegros como una explosión de ébanos y rosas, una manada real de visceralistas delincuentes. Corre. Sabotea. Planifica con compañeros de vida la creación de túneles a varios metros del suelo para la movilización de armas y juegos pirotécnicos; reparte la Maldición contra el cristianismo de F. Nietzsche en las puertas de las iglesias, y nunca dudes en arruinar todo acto socialcristiano (si bien lo más sensato sería asesinar al vicario clavándole una pluma de paloma negra en la yugular de la conciencia).
Ningún derecho/ningún deber.
Y, por favor, en esta ocasión no vayas desnudo como un signo. Más bien, ve desnudo como si te hubiesen invitado a un Hadaka Matsuri de asesinos japoneses radicados ilegalmente en Holanda (Deus maria fecit, batavous terrae et moi le vin “Dios creó los mares, el holandés las tierras y yo el vino francés”).
Mañana yo invito la iluminación.